Mi parte preferida de los fines de semana reunidos en familia es el desayuno, y eso que yo no suelo estar de buen humor reciƩn levantada.
Esta maƱana Ć©ramos 13, varios litros de tĆ© y docenas de “magdalenas pirolĆticas”.
Mi madre, que es una moderna fan de los Strokes, ademĆ”s de saber la diferencia entre sushi y sashimi, sabe distinguir entre magdalenas, muffins y cupcakes, y ademĆ”s le salen riquĆsimas todas. Pues bien, el viernes jugĆ³ un rato a ser Bree Van de Kamp y hornear suficientes para todo el fin de semana: muffins de chocolate, con pepitas de cacao y almendras, con arĆ”ndanos, jengibre, confeti de colores, manzana, pasas… aquello parecĆa una escena de Tim Burton, hasta que lleguĆ© yo.
A mi lo de ayudar en la cocina me gusta por una razĆ³n de peso: rebaƱar el bowl. Me da igual que sea de chocolate, de queso o de masa cruda de magdalenas. Y cocinar no se me da mal, pero al horno nunca le he cogido el punto. Todo iba bien hasta que en la Ćŗltima horneada me pidiĆ³ que apagase el horno, con las magdalenas aĆŗn dentro.
Lo que le hubiese pasado a cualquier persona normal con mala suerte hubiese sido que el horno se quedase encendido y las magdalenas se torrasen un poco mĆ”s de la cuenta, pero yo siempre voy mĆ”s allĆ”. Yo tuve que confundirme y en vez de apagarlo lo puse en modo pirĆ³lisis.
La pirĆ³lisis, para quien no sepa de quĆmica orgĆ”nica ni vea el programa de ArguiƱano, es un proceso que somete a 500 grados todo lo que haya en el horno para reducirlo a cenizas y que no haya que limpiarlo. Lo malo es que no se puede detener porque, una vez comienza, la puerta del horno queda bloqueada para evitar accidentes, asĆ que allĆ estaba yo, cual mujer desesperada, desconectando los plomos para intentar recuperar la Ćŗltima tanda de magdalenas… menos mal que habĆa de sobra.